jueves, 1 de enero de 2009

Itinerario espiritual de un religioso joven

Marcelo Lamas Morales, CSV.

Maestro de Novicios. Viator religioso de Chile


El camino espiritual que el Señor me ha permitido recorrer durante estos años, en que permanentemente ha salido al encuentro Aquel que me ha amado primero, lo percibo como una historia de amor. Es la presencia del Dios de la Vida, que con sus rasgos paternos y maternos se ha manifestado de forma misteriosa, inabarcable, inesperada, sobreabundante. Y a la vez, cercana, compasiva, tierna y misericordiosa. Toda esta experiencia la siento como un gran regalo, una gracia inmerecida, que la recibo en actitud de adoración y con un corazón colmado de agradecimiento, dispuesto a cuidar este don; asumiendo en libertad y responsabilidad el recorrido de este camino, abandonado en sus manos y sabiendo que todo depende de Él.

Quisiera compartir los rasgos de mi itinerario espiritual, reconociendo que lo he vivido como una experiencia eclesial, que será narrada desde mi subjetividad, desde mi identidad e historia personal, por lo tanto, llena de límites y aspectos a seguir madurando.

Mi formación desde niño y adolescente fue muy centrada en la persona de Jesucristo, suscitando una fuerte admiración por su vida y su mensaje; con el pasar de los años, me fui haciendo consciente de que el Padre y el Espíritu eran desconocidos para mí y estaban exiliados de mi vida espiritual. Gracias a la formación teológica y a la meditación y contemplación de la Palabra de Dios en la vida diaria y especialmente en los Ejercicios Espirituales y las historias de fe de tantas personas que el Señor puso en mi camino, me permitieron tomar conciencia, cómo las personas divinas estaban habitando mi corazón, transformando mi ser y haciendo morada en el.

Descubrir a Dios Padre, me ha significado que se revele mi identidad: saber que soy creatura, limitado y finito; pero deseoso de abandonarme y depender más de Él, para estar más dispuesto a hacer su voluntad. He podido hacer experiencia y reconocer que he sido creado a imagen del Creador, poseo cualidades y potencialidades (ser libre, capacidad de amar y ser amado, inteligencia, etc.) que las pongo a su servicio y sé que mi camino consiste en hacerme semejante a la verdadera imagen que es el Hijo.

Es así como la persona de Jesús de Nazareth me fue atrayendo poco a poco en mi vida, especialmente a través del testimonio y predicación de otros religiosos, sobre todo en mi etapa escolar. Lo fui conociendo y amando; sentí su llamado y el deseo de entregar mi vida a Él. Durante los primeros años de vida religiosa, experimenté fuertemente lo que significa el seguimiento de Cristo. He ido aprendiendo que el camino cristiano es recorrer el mismo camino del Maestro, sus opciones, actitudes, experimentar sus conflictos, su invitación a vivir una nueva forma de relacionarse con Dios-Abba y los anhelos de una sociedad más justa y fraterna, en donde los hombres y mujeres vivan en libertad y amor. Seguir a Jesús de Nazareth, significa preguntarme no sólo por la identidad del Mesías (servidor obediente y dócil al Padre, sufriente, despojado de todo poder y desprendido de todo ídolo) sino también, si estoy dispuesto a vivir como discípulo, su mismo estilo de vida. Por otra parte, en este último tiempo, he descubierto que la espiritualidad de la vida religiosa consiste especialmente en configurarse con Cristo. Es una experiencia y transformación más interior e íntima, que repercutirá en mis relaciones y en mi modo de hacer misión. Deseo vivir desde mi propia realidad, los sentimientos de Jesús (humildad, compasión, cercanía a los que sufren, misericordia, etc.), sus inclinaciones y deseos más profundos, para conformarme con Él.

Ha sido el Espíritu Santo quien ha ido acrisolando en mi vida toda esta experiencia; no ha sido una obra mía, sino trabajo del Espíritu que Jesús derramó sobre el mundo y particularmente sobre los que serían sus discípulos; para que podamos seguirle, configurarnos y transformarnos en Él, para volver y vivir como hijos, íntimamente unidos al Padre. Quiero seguir disponible a que el Espíritu siga convirtiéndome en un hombre nuevo; vivir en el Espíritu es para mí vivir según los criterios y las perspectivas de Jesús, tal como él las ha encarnado en su vida y dejar que renueve cada día en mi ser, el misterio Pascual, columna vertebral de toda experiencia espiritual cristiana.

Mi preocupación ha sido cómo hacer que esta experiencia espiritual sea integradora de todo mí ser, de todas mis dimensiones (corporal, afectiva-sexual, relacional, intelectual), y que abarque toda mi realidad (la vida interior, la vivencia de los consejos evangélicos, mis opciones personales, las relaciones con la comunidad, familiares y amigos, la misión en la congregación, las tareas pastorales).

Los lugares privilegiados donde el Señor poco a poco ha ido tejiendo esta experiencia, han sido, la celebración diaria de la Eucaristía y la oración personal y comunitaria. La Eucaristía tiene una belleza en sí misma, que siempre ha impactado mi vida. Esa belleza se expresa en la sencillez del que preside; en lo digno de los gestos y palabras pronunciadas; en la adecuada música que nos abre nuestros sentidos para adorar; en una asamblea que como Cuerpo participa activamente; en una Palabra proclamada con alegría y esperanza; en un homilía que tiene en cuenta la realidad cultural, social y eclesial que vivimos, permitiéndonos inculturar el Evangelio, para abrirnos a nuevos compromisos y así colaborar en la transformación de la sociedad; una belleza que se empobrece, cuando la Eucaristía no nos recuerda que hacemos memoria de un torturado que ha hecho justicia al oprimido y ha dado la vida para la liberación de los más pobres.

Esta celebración comunitaria alimenta y es alimentada por la oración personal. Una oración que la he vivido como una lucha y tensión constante; entre mi activismo y mi hambre de silencio e intimidad con el Señor, entre mis resistencias a la acción del Espíritu y mi deseo de ser transformado por el Evangelio; entre mi autoreferencia y el llamado interior a contemplar el misterio de la vida de Jesús y la realidad, entre una oración que se basa solamente en mis esfuerzos y una oración en donde es el Espíritu quien ora en mi.

Esta tensión, con el paso del tiempo la he ido viviendo más en paz, ya que la considero una realidad espiritual sana, que provoca un movimiento interior, un dinamismo que otorga Vida a mi ser y me hace madurar. La oración es una cuestión de fe, por lo tanto a veces es oscura, ardua, incierta, que deja en la insatisfacción, pero no por ausencia de Dios sino por sobreabundancia de su Amor que siempre nos trasciende y asombra. Tengo la convicción que voy acompañado por Jesús que ilumina el sendero, en un camino donde el Espíritu me alienta y que recorro sostenido en los brazos del Padre Dios.

Me ha ayudado mucho descubrir en la vida de oración, la importancia del mundo afectivo como motor de la vida espiritual. Por un lado, he pasado de una oración más racional, a una oración en donde he incorporado la realidad de mi cuerpo, especialmente sus sensaciones y la afectividad. He intentado afinar los sentidos espirituales del corazón, para que pueda captar de forma más transparente, lo que el misterio de Cristo, revelado en la Palabra, provoca, cuestiona y mueve en mí. Por otra parte, he avanzado en la convicción existencial, que los sentimientos, emociones y pasiones es lo más genuino y propio de nuestro ser. Al identificarlas, nombrarlas, revivirlas, y expresarlas en la oración, se transforman en dialogo fecundo; me ayuda a vivir más desde abajo, desde mi verdad, en el fondo, más auténticamente; es una oración que brota de lo profundo de mi ser donde Dios habita. Al hacerme consciente de mis fragilidades y límites, el Señor me otorga una oportunidad de crecimiento y maduración; sé que ese es el camino verdadero hacia mi propia pascua interior: <<>> (2Co 12, 9).

Todo lo anterior ha sido animado y estimulado, gracias a los acompañantes espirituales que el Señor ha puesto a mi lado para que me ayuden en el camino de la vida religiosa. Agradezco a Dios que ponga en mi corazón la necesidad de ser acompañado. Sé que no puedo avanzar solo, necesito de una ayuda, de luz, para que mi espíritu descanse y se vuelva a encontrar con la fuente. En el acompañamiento he podido compartir mi propia historia, mis heridas y esperanzas, mis deseos de mayor fidelidad a la vocación a la cual he sido llamado y descubrir cómo servir y amar de mejor manera a los más sencillos y humildes.

Y no sólo el acompañamiento recibido ha sido un lugar de Gracia, en donde el amor de Dios ha pasado, al sentir su ternura, su comprensión y aceptación incondicional, sino también en el ministerio de acompañar a otros. El Señor me ha bendecido haciendo de estos encuentros una profunda experiencia de Dios, pues vas contemplando el paso de Dios por la vida de jóvenes que han sentido el llamado a la vida religiosa, que buscan con sinceridad hacer la voluntad del Señor y servir a sus hermanos. Es una experiencia que te está moviendo continuamente, sobre todo en el ámbito de la formación, pues uno está conviviendo con ellos las veinticuatro horas del día. Es un don, que agradezco enormemente, pues esta experiencia me ha ido convirtiendo a Jesucristo, ayudándome a ser más respetuoso de las personas, de sus ritmos, de sus propios procesos. Este ministerio me ha enseñado poco a poco a aceptar incondicionalmente a la persona que me pide ayuda. Saber escucharla, atender más a sus sentimientos y favorecer que sea la misma persona la que descubra lo que necesita y lo que Dios pone en su corazón.

Por todo lo vivido y recibido y por tantas personas de las cuales he recibido la fe, la esperanza y caridad, quiero bendecir y agradecer al Señor, especialmente por:

Mis padres ellos han sido la primera escuela espiritual en donde yo me he formado y he vivenciado el amor. Mi padre, con su preocupación, cariño, fuerza, y responsabilidad, me ha ayudado a sentirme dependiente y necesitado de Dios y capaz de comprometerme y vivir con alegría mi consagración religiosa, a pesar de mis límites y debilidades. Mi madre, que con sus ternura y afecto, delicadeza y sensibilidad, me ha favorecido la intimidad con el Señor y la acogida de su amor y misericordia.

La comunidad viatoriana, compuesta por religiosos y laicos: ellos me han enseñando a vivir de manera concreta la comunión eclesial, me han dado un lugar en el seno de nuestra familia religiosa; con su testimonio me enseñaron lo importante que es darse con todo el corazón, brindándome espacios de libertad, de autonomía, y confianza, que me permitieron hacerme responsable de mi propio camino en la vida religiosa.

Tantos jóvenes que en las diversas instancias pastorales, con su alegría, entusiasmo y generosidad me siguen revitalizando para continuar este itinerario de amor y libertad.

Tanta gente sencilla y humilde, que con su fe, resistencias y luchas, me han enseñado cómo ser fiel al Evangelio y comprometido con la historia.

En resumen, vivir un itinerario espiritual, es recorrer, bajo el impulso del Espíritu, en la comunidad eclesial, el camino pascual de Jesús. Es decir, personalizar <<la forma Christi>>: su disponibilidad y obediencia filial, el amor fraterno, especialmente con los más marginados y una identificación total con el Reino de Dios, que es Justicia, Amor y Verdad.