lunes, 14 de junio de 2010

TEOLOGIA DE LA ORACIÓN

Marcelo Lamas, c.s.v.

A continuación, expondré algunos tópicos que personalmente me han parecido interesantes y que vitalmente considero que debo tener en cuenta en mi propia experiencia de oración.

1. La oración es una arte, requiere un exigente aprendizaje y muchísima práctica, si es que se desea  ser experto en ella, entonces creo que habremos dado un gran paso en la tarea de aprender dicho arte. Por otra parte, se debe tener en cuenta, que la oración debe ser integral, unificadora de todas las dimensiones de la persona. Muchas veces, oramos sólo desde lo pensamientos sin integrar lo sentido y los afectos. No escuchamos tampoco nuestro cuerpo, que es muy sabio para expresar nuestras vivencias internas. Muchos orantes bíblicos han orado desde su verdadera realidad, sin esconder nada a Dios. Se sientes libres de decirle todo a Dios, aunque sean quejas o acciones de gracias, lamentaciones o súplicas. El hombre que ora, debe ser un hombre libre, verdadero y humilde.

2. Muchas veces, una ayuda para la oración que suele pasarse por alto es el <<lugar>>. El lugar que se escoja para orar puede afectar enormemente la oración, para bien o para mal. Jesús escogía determinados lugares para orar. Si alguien no tenía necesidad de hacerlo, sería él, que era el Maestro de la oración y que  estaba en constante contacto con su Padre celestial. Y, sin embargo, Jesús se toma la molestia de subirse a una montaña cuando quiere orar largo y tendido. Acude al Huerto de Getsemaní, que también parece haber sido  uno de sus lugares preferidos de oración. O, simplemente, se retira a lo que los evangelios  llaman <<un lugar desierto>>. Jesús se aleja y escoge un lugar que invite a la oración.  Hay, pues, ciertos lugares que parecen favorecer la oración. La tranquilidad de un  jardín, la paz de una montaña, la infinita extensión del mar, la  terraza abierta a las estrellas de la noche o a la belleza de un amanecer, la sagrada  oscuridad de una iglesia tenuemente iluminada. Estos lugares parecen casi producir por sí solo la oración en nuestro interior.

3. El pueblo de Israel era un pueblo muy religioso; tra­taba con frecuencia de acercarse a Dios en la oración. En los salmos, resuena el deseo de elevar el corazón a Dios en todo momento: el salmista se dirige a Dios no sólo a la hora de la oración en el templo (Sal 55,18), sino siete veces al día (Sal 119,164), desde la mañana temprano y también durante la noche (Sal 5,4; 77,3). Anhela caminar siempre en la presencia del Señor (Sal 88.10; 16,8). ¿Qué tiempo dedicamos a la oración y en qué momentos del día?. Muchas veces, las horas que tiene un día no son suficientes para hacer todo lo que tenemos que hacer. Los cristianos, hemos pensado alguna vez que es una verdadera lástima tener que dedicar una gran parte de ese precioso tiempo a la oración. Si queremos establecer una relación profunda y duradera con alguien,  debemos estar dispuestos a darle a esa relación todo el tiempo que haga falta. Pues bien, lo mismo ocurre con la oración, que, a fin de cuentas, es relación con Dios. A medida que pasan los años, constatamos también que nos hemos engañado a nosotros mismos cuando hemos intentado tranquilizarnos queriendo creer que todo cuanto hacíamos era oración.

4. Sabemos que la oración no es un fenómeno exclusivo del cristianismo. Hemos visto, como durante estos días se han reunido millones de musulmanes para celebrar su tradicional fiesta. La adoración y la imploración tiene una gran importancia individual y social para los musulmanes. He apreciado, últimamente trozos de la película Baraka, en que se combina sólo, música, sonido ambiental e imagen, filmada en 24 países. En ella, se puede apreciar variadas experiencias religiosas y oracionales. La oración, pues, es un fenómeno humano muy extendido. Durantes estos meses, hemos sido conscientes del gran número de oraciones que contiene la Sagrada Escritura, muchos testigos de la fe son verdaderos maestros de oración, y por eso tienen aún significación para nosotros. La oración bíblica no transporta al orante a un mundo que no es el de  aquí abajo, con el fin de gozar prematuramente de lo Absoluto; me inclina la oración a hacer mío su voluntad y el sentido de su promesa y a traducirla en categorías históricas. La oración cristiana exige un ámbito que es de esperanza; es ciertamente un llamamiento de Dios a Dios y que tiene como fundamento su designio revelado.  Lo que nos ofrece la Sagrada Escritura es un testimonio de hombres y mujeres que han vivido una experiencia de encuentro con Dios. Dios quiere autocomunicarse, busca hacer alianza, y continuamente la renueva, pues el pueblo muchas ha endurecido su corazón, se ha cerrado a su acción y ha preferido adorar otros ídolos. Pero Dios sigue acercándose al hombre con un amor misericordioso y entrañable, quiere encontrarse con el hombre y otorgar la salvación definitiva al pueblo escogido.

5. Otras de los temas que me interesaría profundizar, es el verdadero sentido de la oración de petición. Muchos teólogos, desconfían de tanta petición que se realiza en las liturgias y oraciones. Ponemos en duda, lo que se pide, sobre todo, de la actitud que mueve a pedir y de la relación que los creyentes establecen con Dios.¿Qué experiencia y qué imagen de Dios hay debajo de tanta oración de petición?. Es bueno pedir. <<Hay que rogar siempre>> (Lc 18,1). Pero hay que pedir bien y hay que pedir lo que conviene, es decir, lo que Dios quiere. Me parece que es muy importante que nos replanteemos el sentido de la oración de petición, tan frecuentada por el Pueblo cristiano. En realidad, la petición presupone la familiaridad, la amistad, la  confianza. Moisés habló a Dios como un amigo con su amigo; Jesús le ha enseñado a sus discípulos llamar a Dios <<Abbá>>. La petición, se funda en la fe: el Dios a quien me dirijo es aquel que se revela en la misericordia y el amor, es el Padre en el sentido evangélico de la palabra, es decir, que suscita la libertad creadora del hombre al mismo tiempo que ama a cada uno de manera singular. Dios  no ama en general; llama a cada uno por su nombre, y sobre la base de esta vocación, cada uno puede nombrar a Dios como su Dios. En Jesús, Dios nos revela plenamente lo que El es. A partir de su rostro humano podemos deducir que existe, y entrar entonces en la promesa de la donación del Espíritu, que es la primicia del cumplimiento.

6. La oración de Jesús es normativa. Abandona su deseo más legítimo: salvarse de la muerte, para quedarse solamente con el deseo del advenimiento del Reino. La oración lo arranca de su propia preocupación para introducirlo  en otra: la preocupación de Dios; la oración nos eleva por encima de nuestra propia preocupación, haciendo nuestra la preocupación por el Reino. La preocupación de Dios es precisamente preocupación por el mundo. Era más  humano que el hombre Jesús fuese fiel a su tarea y muriese a causa de su fidelidad, que intervenir con su poder y arbitrariamente cambiar el curso de los acontecimientos. Es en este mundo donde el Reino madura, es el hombre quien con el dinamismo del Espíritu lo construye, pero lo construye humanamente, es decir, en las condiciones precarias que tenemos, en medio del pecado, de la ignorancia y frente a la muerte. La originalidad de la oración bíblica es confesar la inserción de Dios dentro de nuestra historia, a fin de realizar en ella su promesa. La oración es el acto por el cual comulgamos con el  deseo de Dios sobre el mundo y nos integramos al dinamismo del Espíritu. En ella el  hombre aprende a superar la satisfacción de su necesidad particular para acceder a la  profundidad de un deseo que únicamente la revelación de Jesucristo saca a la luz. Su originalidad consiste en no sacarnos de la historia para  volcarnos en una contemplación del rostro eterno en Dios, sino en hacer nuestro el deseo de Dios sobre este mundo. No se trata de que las Iglesias se entreguen a una acción que sustituya las diferentes instancias, políticas, culturales o económicas; se trata más bien de incitar a las comunidades a tomar en serio la unión entre toda acción humana, necesariamente profana, y su aspecto explícitamente <<teológico>>, de cual uno de los modos de revelación es la oración. Querer separar oración y acción es rechazar la originalidad propia del cristianismo, que es manifestar la Trascendencia y alcanzarla en el corazón de las mediaciones humanas.

2. Acercamiento a las vivencias e imágenes de Dios que subyacen en los testimonios de los orantes bíblicos

Durante la vida, he aprendido que no se puede absolutizar ciertas imágenes de Dios. Las imágenes, son símbolos que expresan ciertos rasgos y propiedades de Dios, pero que de ninguna manera pueden agotar lo que él es. Dios mismo, trasciende cada una de estas imágenes.

1. Dios como esposo de Israel: El nombre de esposo es uno de los que se da Dios (Is 54,5) y que expresa su amor a su criatura. No se trata de un mito, como los que hay en la religión cananea, donde el dios esposo fecunda la tierra de la que es el Baal (Os 2,18; Jc 2,11s). El Dios de Israel es esposo, no de su tierra, sino de su pueblo. Veamos cuál es la experiencia del profeta Oseas.

Oseas toma por esposa a una mujer a la que ama y que le da hijos, pero que lo abandona para entregarse a la prostitución en un templo. El profeta la rescata y la conduce de nuevo a casa. Un tiempo de austeridad y prueba la preparará para volver a ocupar su puesto en el hogar (Os 1‑3). En esta experiencia conyugal descubre el profeta el misterio de la relación entre el amor de Dios que se une con un pueblo y la traición de la Alianza por Israel. La alianza adopta un carácter nupcial. La idolatría es un adulterio. La ira divina es la de un esposo, que, castigando a su esposa infiel, quiere volverla al buen camino y hacerla de nuevo digna de su amor. Este amor tendrá la última palabra; Israel volverá a atravesar el desierto (Os 2,16s); nuevos esponsales prepararán nupcias que se consumarán en la justicia y en la ternura; el pueblo purificado conocerá a su esposo y su amor fiel (Os 2,20ss).

También Jeremías reasume el simbolismo nupcial para oponer la traición y la corrupción de Israel al amor eterno de Dios (Jr 2,2.20; 31,3). Las imágenes de Ezequiel, todavía más crudas, representan a Israel como una niña abandonada, a la que su salvador toma por esposa después de haberla educado, y que se prostituye; pero si ella ha roto la alianza que la unía a su esposo, éste restablecerá la alianza (Ez 16,1‑43.59‑63; 23).

Esta imagen, puede servir de imagen para una experiencia espiritual profunda de todo cristiano. En toda la historia de la espiritualidad, ha estado presente la imagen del Hijo que se une esponsalmente a la Iglesia y que sirve de modelo para la unión del alma humana con Dios. Toda unión esponsal implica un reciprocidad, una alianza, un pacto que es amor y fidelidad. En estos tiempos, en que muchos matrimonios sufren crissi y que el mismo sacramento está en crisis, esta imagen de una relación esponsal con Dios, es muy iluminadora, para saber hacia donde encaminar un proyecto que dos personas han optado cpor construir.

2. Dios como pastor de Israel : El profeta Ezequiel ha recibido de Yahvéh la exigencia de profetizar contra los pastores de Israel, que sólo se apacientan a sí mismos (Ez 34,2). El profeta dice que sólo Yahvéh será el pastor de Israel, que él cuidará su rebaño y velará por él (Ez 34,11ss). Pastoreará con justicia (Ez 34,16), y por último, el profeta expresa que este pastor suscitará un representante suyo como David, sin mencionar que será rey. Es una profecía mesiáni­ca, que desborda la función temporal del rey. La misma idea se encuentra expuesta en el Sal 23, en que Yahvéh se muestra como el pastor que conduce a los suyos a los prados y al solaz. En la Iglesias hay una gran insistencia en que es no estamos en una época de grandes experiencias pastorales masivas¸sino más bien, se necesita de un acompañamiento a pequeñas comunidades y a cristianos que valientemente, anunciar el reino en medio de una sociedad secualrizada. Los nuevos pastores, deben estar al servicio de su comunidad, en especial de los más débiles y necesitados y preocuparse de crear lugares en que sus fieles, puedan beber de fuentes de espiritualidad y compromiso.

3. Dios como Padre en la revelación del Antiguo Testamento: A partir del exilio se insinúa esta idea. Dios aparece como el único Padre de su pueblo (Ez 33,24). La espiritualización progresiva de la idea de paternidad del hombre hizo posible la revelación de la de Dios. El exilio fue la ocasión de encarecer la permenencia de la paternidad de Yahvéh (Is 63,7‑16): pese al contraste, la paternidad puede atribuirse a la vez a los antepasados y a Dios. Yahvéh no se identifica con ningún dios de los paganos, pues es único, no tiene sexo ni hijo en sentido carnal. Yahvéh es procreador (Dt 32,6) en sentido moral. Si es padre también en cuanto creador (Is 64,7; Ml 2,10; Gn 2,7; 5,1ss), no lo es por medio de monstruosas teogonías como en los mitos babilónicos.

En un principio la paternidad divina se concibe sobre todo en una perspectiva colectiva e histórica: Dios se reveló como padre de Israel en el éxodo, mostrándose su protector y su señor; la idea básica es la de una soberanía benéfica que exige sumisión y confianza (Ex 4,22; Nm 11,12; Dt 14,1; Is 1,2ss; 30,1.9; Jr 3,14). Oseas y Jeremías conservan la idea, pero la enriquecen subrayando la inmensa ternura de Yahvéh (Os 11,3s.8s; Jr 3,19; 31,20).

A partir del exilio, mientras se continúa explotando el mismo tema de la paternidad de Dios fundada en la elección (Is 45,10s; 63,16; 64,7s; Tb 13,4; Ml 1,6; 2,10; 3,17), a la que el Cántico de Moisés añade la idea de adopción (Dt 32,10) y ciertos salmistas (Sal 27,10; 103,13) y ciertos sabios (Pr 3,12; Si 23,1‑4; Sb 2,13‑18; 5,5) consideran también a cada justo como hijo de Dios, es decir, objeto de su tierna protección. A partir de David la paternidad de Yahvéh se reivindica especialmente para el rey (2S 7,14s), por el que el favor divino alcanza a toda la nación que representa.

4. El rostro materno de Dios: Gracias a un buen número de teólogas, se ha podido desarrollar en la actualidad el tema de los rasgos femeninos de Dios, intentado cambiar la tendencia histórica en donde los antropomorfismos han pasado a ser andromorfismos. Estamos tan acostumbrados a ellos que muchas veces no nos damos cuenta de que los usamos. Se dice que los ángeles no tienen sexo, pero les llamamos Miguel o Rafael. Hablamos del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob pero no del Dios de Rebeca, Sara o Raquel.

Además cuando imaginamos a Dios con los caracteres de un solo sexo y eso resulta ser el dominante es inevitable que la imagen de Dios acabe legitimando esa dominación y acabe convirtiéndose en una superestructura ideológica para mantener la subordinación de un sexo a otro.

A partir del siglo VI, el, el rígido monoteísmo israelita, junto con la visión masculina de la mentalidad judía, era natural que atribuyesen a Dios características masculinas y excluyera rasgos femeninos, sobre todo en la primera etapa de instalación en Canaán. Una vez instalados en Palestina, entre los judíos fue surgiendo la figura de un Dios compasivo al que se le fueron atribuyendo rasgos maternales.

En Is 46,3 se lee: “ Escúchame casa de Jacob, y todos los supervivientes de la casa de Israel, los que habéis sido transportados desde el seno, llevados desde el vientre materno”. Y en Mt 20,34: “Movido a compasión, Jesús tocó sus ojos y al instante recobraron la vista y les siguieron”. Y en Lucas varias veces se lee que a Jesús “ se le conmovieron sus entrañas”.

La palabra vientre, traduce al hebreo “réjem”, matriz, y de ahí viene el adjetivo “rajum”, misericordioso. Los sentimientos tenían su origen estaban alojados ; para la mentalidad semita, los sentimientos estaban alojados, tenían su origen, precisamente en el vientre materno.

Otro texto más decisivo es Is 42,12 donde Dios dice de sí mismo: “...Estaba mudo desde mucho tiempo, había ensordecido, me había reprimido; como parturienta grito, resoplo y jadeo entrecortadamente”. Y Os 13,8 hablando de la ingratitud de Israel: “ Caeré sobre ellos como una osa privada de cachorros, desgarraré las telas de su corazón, los devoraré allí mismo cual leona, cual bestia salvaje que los hace trizas”.

Otros textos hablan de dios como una nodriza que alimenta a su pueblo con su leche.

En Núm 11,12: “¿ Acaso he sido yo el que ha concebido a todo este pueblo y lo ha dado a luz para que me digas: llévalo en tu regazo como lleva la nodriza al niño de pecho, hasta la tierra que prometí con juramento a sus padres?” o el Sal 131, 2 : ¿No guardo silenciosa mi alma como niño destetado en el regazo de su madre?

Otro texto importante es Os 11, 1 - 9: “Cuando Israel era niño, yo lo saqué de Egipto... yo le enseñé a Efraín a caminar, tomándole en mis brazos, más no supo que yo cuidaba de él; con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, se inclinaba hacia él para darle de comer... no ejecutaré el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios y no hombre, en medio de ti, Yo, el santo, y no me gusta destruir”

3. Una lectura imperdible: Ignace de la Potterie, La oración de Jesús, PPC, Madrid, 1999

Dice el autor que en la oración, el hombre dirige una mirada límpi­da y objetiva a la propia interioridad y ve la orienta­ción fundamental y más auténtica de la propia existencia. La oración lo eleva por encima de la cotidianidad de sus ocupaciones profanas, lo libera de una visión mun­dana de la existencia y le hace arrodillarse ante Dios, en actitud de orante, pecador o niño, para pedir a Dios, darle gracias o hablarle con confianza. Así entra en el mundo trascendente que, en la vida ordinaria, queda inaccesible para la mayor parte de los hombres.

Los evangelios nos hacen ver que Jesús ha alcanza­do la más alta perfección de oración; nos hacen per­cibir algo de la sublimidad, pero también de la sen­cillez y profundidad esenciales de su oración. Al mis­mo tiempo, nos ponen ante un misterio: el misterio de Jesucristo hombre-Dios. Su oración ha sido tam­bién la expresión de su plena sumisión a la voluntad del Padre, que está tan estrechamente unida al cum­plimiento de su misión mesiánica de salvación.

1. LOS LUGARES EN QUE JESÚS ORABA

Jesús ha sido un judío de su tiempo y ha vivido en el marco de la re­ligión judía. No ha roto con la tradición, sino que ha profundizado en ella y la ha renovado desde dentro.

En tiempo de Jesús, el templo tenía mucha importancia en la vida de los ju­díos, además, se habían multiplicado las sinagogas. Después del templo, era la sinagoga el lugar considerado más adecuado para la oración. También se podía orar en otras partes: por ejemplo, en las esquinas de las pla­zas (Cfr. Mt 6,5), o, en casa, en la azotea o en la habi­tación de arriba (cfr. Dn 6,11; Hch 10,9). Jesús ha respetado esas tradiciones de oración y se ha integrado en ellas.

Jesús ha participado regularmente en las oraciones oficiales de la sinagoga judía. En los evan­gelios se dice varias veces que se presentaba el sábado en la sinagoga como maestro (Mc 1,21 y Lc 4,31; Mc 6,2 y Lc 4,16; Lc 13,10)

Participando regularmente en estas celebraciones, a las que los judíos daban mucha importancia, tuvo que aparecer en su ambiente como una persona que res­petaba y vivía fielmente las tradiciones de Israel.

No se hace mención ex­plícita de la oración de Jesús en el templo o en la si­nagoga; nunca se dice que haya orado en esos lugares. Para afirmarlo, hay que deducir del contexto. Pero los evangelios nos dicen más a menu­do que para orar iba a otra parte, solo y preferente­mente a lugares solitarios. Su oración no estaba liga­da al templo y a la sinagoga, como la de los demás ju­díos.

El lugar que Jesús elegía para orar habitualmente era un sitio un poco aislado, un monte, el huerto de los olivos, etc. (cfr. Mc 1,35; 6,46; Lc 4,42; 5,16; 6,12; 9,18). Al principio de su vida pública, se sien­te movido por el Espíritu al desierto, para pasar allí cua­renta días de ayuno y oración. Jesús cuando quiere ha­blar libremente y en la intimidad con el Padre, Jesús escoge la soledad completa. Eso es también lo que ha recomendado a sus discípulos (Mt 6,6).

2. LOS MOMENTOS EN QUE JESÚS ORABA

Jesús parti­cipaba en las oraciones cultuales del sábado en la si­nagoga y, de las fiestas importantes, en el templo. Como todos los judíos de su tiempo, también él re­citaría las oraciones prescritas. En cuanto a los tiempos y al ritmo de la oración de Jesús, los hacen ver la estrecha relación entre esa oración de Jesús y los momentos decisivos de su misión mesiánica. Jesús no se ha limitado a seguir una tradición religiosa; ha ora­do, ante todo, en los momentos y en los acontecimientos importantes y determinantes para la venida del reino de Dios. Pero eran, sobre todo, las etapas decisivas de su mi­sión mesiánica lo que Jesús preparaba en el silencio de la oración, a menudo durante varias horas. (Lc 3,21; Lc 6,12; 9,18). Jesús no sólo ha continuado la gran tradición de oración de Israel, sino que la ha superado y le ha dado una nueva dimensión. Jesús está en el centro del tiempo de salvación. Con él, empieza una época nueva. El es el nuevo templo de la presencia de Dios, como lo hace notar es­pecialmente Juan en su evangelio. Pero aquí se nos abre todo un campo para seguir profundizando.

3. LA ACTITUD EXTERNA DE JESÚS EN LA ORACIÓN

El pueblo de Israel tenía elaborado un rico ritual del culto divino. La actitud externa tiene una gran importancia En los salmos, son frecuentes las descripciones de gestos y movimientos, tan llenos de valor simbólico. Arrodillarse, inclinarse, postrarse en tierra (cfr. Sal 95,6; 96,9) eran actitudes de oración habituales en Israel. A veces, en señal de alegría, se ba­tían palmas durante el culto (Sal 47,2; 98,8); y, du­rante la oración, existía la costumbre de alzar las ma­nos al cielo o en dirección del templo (cfr. Sal 88, 10; ‘34,2).

Para Jesús, tienen más im­portancia sólo las disposiciones interiores. Los gestos y las actitudes externas sirven para expresar esos sen­timientos en la oración, pero, en sí, son menos impor­tantes y nunca son un elemento esencial de la oración cristiana.

Jesús no ha abolido los usos y costumbres de la oración judía. Iba al templo y a la sinagoga, observa­ba las oraciones prescritas, oraba preferentemente con los salmos y conservaba en su actitud externa de ora­ción la mayor parte de los gestos tradicionales, que podían servir de ayuda a los sencillos para dirigirse a Dios. Pero todo esto era secundario para él. Entre los judíos de su tiempo, la oración había perdido parte de su sublimidad y de su calor; se había hecho plana y un tanto rígida por las muchas prescripciones.

  1. Jesús, el Hijo de Dios, ¿podía orar realmente?

Algunos autores han destacado muy acertadamente que la oración de Jesús nos pone ante el misterio de su persona. Parece que en él hay una existencia que nos sobrepasa. C­ada evangelista habla de ella a su modo. Nin­guno de ellos pretende desvelarnos el secreto en su totalidad.

Orar presupone saber que hay una gran distancia entre la criatura y Dios, darse cuenta de la propia indigencia, debilidad e impotencia, y también tener conciencia de ser pecador. ¿Qué sentido tiene, entonces, hablar de oración en el caso de Jesús?

Nosotros no hemos re­cibido sólo un resplandor de su gloria, sino que hemos contemplado la gloria en su carne: el Verbo se hizo carne y habité entre nosotros (Jn 1,14).

Reconocer que Jesús podía o, mejor, tenía que orar significa reconocer su natura­leza humana y su voluntad humana. Se pone aquí un problema de teología especulati­va: ¿podía orar Jesús? La respuesta de santo Tomás a estas objeciones es muy simple. Ante todo, opone a ellas el simple hecho de que los evangelios atestiguan que Jesús ha orado. Santo Tomás da una explicación de carácter teológico y filosófico, tra­tando de demostrar que para Jesús era posible y con­veniente orar: En Jesús hay dos voluntades —la divi­na y la humana—, y la voluntad humana no es capaz de hacer por sí sola lo que quiere, sin el recurso al po­der divino; por eso, Cristo, como hombre con volun­tad humana, podía orar.

5. LA ORACIÓN Y LA CONCIENCIA MESIÁNICA DE JESÚS

Al principio de su vida pública, Jesús anuncia so­lemnemente: Convertíos, porque el reino de Dios está cerca (Mt 4,17. Cfr. Mc 1,15). El Reino de Dios que Jesús proclama no tiene nada que ver con un reino político. Si su obrar era re­almente mesiánico, Jesús tenía que tener la concien­cia profunda de ser el Mesías. Él se atribuye un verdadero poder, una ver­dadera soberanía: sobre los hombres, a los cuales lla­ma a seguirlo, sobre los espíritus impuros, a los que les priva de su poder, sobre la conciencia de los hombres, a los que libera de los pecados, y hasta sobre el sába­do, instituido por Dios. El mesianismo que reivindi­ca toma una dimensión, cada vez más explícitamente, espiritual y trascendente.

En todo su obrar, Jesús ma­nifiesta la conciencia de ser el Mesías de Dios. Se con­sidera portador de la soberanía divina, y a ella se so­mete completamente. Este último aspecto (la obe­diencia de Jesús) tiene tanta importancia como el otro (la soberanía de Jesús), como veremos en el capítulo siguiente.

El autor bellamente ha recorrido cronológicamente, desde el principio de su vida pública hasta la cruz, para ver que la mayor parte de sus oraciones tienen rela­ción con su misión mesiánica. Mencionaré sólo algunas perícopas que el autor analiza en profundidad.

- El bautismo de Jesús (Le 3,21-22): Jesús estaba orando, cuando se inaugura su misión mesiánica. Mientras Jesús oraba “se abrió el cielo” y se producen dos acontecimientos: el Espíritu Santo desciende sobre Jesús y una voz venida del cielo se dirige a él. Una oración estrechamente ligada a su misión.

- La elección de los doce apóstoles (Lc 6,13-16). Lucas es el único evangelista que hace que la elec­ción de los doce apóstoles vaya precedida de una lar­ga oración nocturna de Jesús. El evangelista dice que Jesús ha preparado esta elección en la oración. Aunque no se nos diga el contenido de esa oración, las circunstancias nos lo hacen intuir con bastante claridad. Jesús ha orado por sus discípulos, muy especialmente por los Doce, para que permanezcan fieles a su llamada.

- La confesión mesiánica de Pedro (Le 9,18-22)

Pedro está en disposición de confesar su fe en nombre de los Doce. Pero ¿de qué fe se trata? Jesús quiere impedir que los discípulos, al reconocer en él al Mesías, se inclinen por una visión política. Jesús ora por él, pero, sobre todo, por los Doce, que tienen tanta dificultad para comprender y aceptar el significado religioso de su mesianismo. Ora por la purificación de la fe de sus discípulos, que ten­drá que realizarse a través de la experiencia del miste­rio pascual de sufrimiento y muerte, para llegar a su ple­na maduración en Pentecostés.

- Las oraciones de Jesús en la Última Cena

La Última Cena es el momento privilegiado que Jesús ha reservado de modo especial para sus reco­mendaciones más urgentes a sus discípulos. El objetivo de la oración de Jesús en este momento supremo es, sin duda, ha­cer partícipes a sus discípulos del misterio de la propia vida. Jesús ora para que los discípulos puedan conocerlo más profundamente, acepten su mensaje mesiánico en su auténtico significado, vivan en la verdad y crezcan en la fe y en el amor .

6. LA VOLUNTAD DEL PADRE EN LA ORACIÓN DE JESÚS

¿Po­día Jesús orar por el cumplimiento de la voluntad de Dios, cuando, como Hijo de Dios, estaba tan íntima­mente unido al Padre? La oración de Jesús era un penetrar en la voluntad del Padre, una aceptación amorosa de la voluntad de Dios: Sí, Padre, pues así te ha parecido bien (Mt 11,26). Y, sin embargo, Jesús en su pasión ha experimentado toda la angustia y la lu­cha humana. Su naturaleza se rebelaba contra el su­frimiento y la muerte; pero también en esta circuns­tancia su oración ha sido: No se haga mí voluntad, sino la tuya (Lc 22,42).

En los evangelios el tema de la voluntad del Padre se manifiesta en diversos momentos tales como: La oración de Jesús en el desierto (Mt 4, 1ss.; Lc 4, 1ss); en el himno de alabanza al Padre (Lc10, 21-22; Mt 11,25), en cual el motivo de la oración es la difusión del reino de Dios y la voluntad del Padre de revelar los secretos del reino sólo a los pequeños y sencillos. El reino de Dios y la voluntad del Padre son los dos polos que han atraído los pensamientos, los deseos y ,las oraciones de Jesús. En todo veía siempre al Padre. , El Padre , era para él la grande y única realidad en que vivía y a la que quería orientar todo. Así, en este importante pasaje, se ve claramente que Jesús ha juntado, de manera miste­riosa, su sumisión al Padre y su vida de Hijo del Pa­dre. También está presente en la oración en el Huerto de los Olivos y en la oración de Jesús en la cruz.

7. LA ORACIÓN FILIAL DEL HIJO UNIGÉNITO DEL PADRE

El aspecto más característico de la oración está en que su plegaria tiene su fundamento en una comunión ori­ginaria, que es la del Hijo con el Padre. Es eviden­te que esta comunión profunda no se encuentra en nin­guna otra oración de ningún otro hombre más que en un sentido analógico. Para dirigirse a Dios en la oración, Jesús emplea­ba una fórmula sin precedentes en la Biblia y en la tra­dición judía: Abba, Padre mío. También nosotros lla­mamos a Dios con el nombre de <<Padre>>; pero, en el modo como Jesús expresa esta relación, hay un matiz misterioso, que no aparece con claridad inmedia­tamente, pero que, en todo caso, es única. Jesús en su persona es adhesión total al Padre. Co­noce todos los secretos del Padre y pide sólo lo que sabe que es la voluntad y el beneplácito del Padre. Ha­biendo visto al Padre, ha oído la expresión de su vo­luntad y sabe que el Padre se complace en él; por eso, está también seguro de que su oración será escucha­da.

4. Análisis de los textos oracionales de Moisés.

Los textos que estudiaremos (Ex 32, 30-35 y 33, 7-17), se encuentran dentro del contexto de la Apostasía de Israel, significada por el becerro de oro y la correspondiente renovación de la alianza. La figura de Moisés, mediador entre Dios e Israel, domina estos capítulos. Estos relatos nos subrayan la gran intimidad del mediador con su Dios. La intimidad de Moisés con el Señor es asombrosa y es precisamente debido a esa intimidad por lo que es mediador entre Dios y el pueblo: parece que Moisés no hace más que subir al monte y bajar de él, y lo que transmite a su pueblo es lo que ha recibido en la presencia de Dios

El pecado[1], está presente en el mundo desde los orígenes de la humanidad, acompaña a toda la historia de Israel. En el momento mismo en que Dios establece alianza con su pueblo y se compromete con el dando a Moisés las "tablas de la alianza" (Ex 31 18). El pueblo pide a Aarón un dios que no esté tan lejano e invisible, hecho a su medida. Un dios que camine con el pueblo allí donde éste quiera llevarlo y no que le ordene al pueblo caminar con él.

1. Ex 32, 30-35

El cap. 32 tiene su cumbre en la oración de Moisés, gracias a la cual libra a Israel de una  destrucción completa; si continúa la alianza de Dios, se debe a la súplica de Moisés. Todo  el plan redentor del Señor estaba amenazado con arruinarse.

Nos encontramos ante una oración de intercesión, una oración conmovedora, una oración de solidaridad. Moisés, el orante, no cede a la tentación de alejarse de los israelitas inconstantes sino que se reconoce uno de ellos y sólo así su voluntad poderosa, hecha débil, podrá salvar a todos. Moisés está ligado a su  pueblo y permanece fiel al lazo que lo une. Dios puede renegar de él, Moisés no, ni quiere:  participará de la condenación divina en vez de dejar de pertenecer al pueblo hebreo.

Segun Sanz[2], estamos ante una corrupción de Israel, en que ha olvidado el segundo mandamiento. Se construye una imagen de dios, cayendo no en el politéismo, sino en la idolatría.

Análisis del texto.

30 Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: «Habéis cometido un gran pecado. Ahora subiré a Yahvéh; acaso pueda obtener el perdón para vuestro pecado.»

Moisés había logrado ya el perdón, pero vuelve a la montaña para obtener que Yahvéh renueve su alianza con el pueblo. Moisés intercede ante Yahvéh y a modo de un mediador cúltico trata de expiar el pecado de su pueblo. La idolatría, que es el gran pecado que cruza toda la historia de Israel, tiene hoy en América Latina, a mi modo de ver, grandes resonancias. Sin duda que el secularismo del primer mundo, ha ido contagiando la cultura latinoamericana. En nuestros países, un gran porcentaje de la población se considera creyente, pero habría que preguntarse de qué Dios; los mismos obispos en la Conferencia de Santo Domingo, han dicho, que el problema no es el ateísmo, sino los cultos idolátricos, los nuevos dioses que van apareciendo en la sociedad: el dinero, el deseo de poder desmedido, la corrupción, la lucha desenfrenada por el éxito, la injusta desigualdad social, etc.

Luego, Moisés inicia el diálogo con Yahvéh:

31 Moisés volvió a Yahvéh y dijo: <<Este pueblo ha cometido un gran pecado al hacerse un dios de oro. 32 Pero ahora, ¡si quieres perdonar su pecado...!, si no, bórrame del libro que has escrito.

En su primera intercesión Moisés reconocía implícitamente el pecado de su pueblo; ahora lo hace de manera totalmente explícita: <<Este pueblo ha cometido un gran pecado>>. Hay un verdadero reconocimiento del mal. Lo más notable de estos versículos es que Moisés intercede por su pueblo sintiéndose solidario con ellos.[3] En lugar de hacer distinciones entre el pueblo pecador y él, el hombre de Dios, se identifica con su pueblo

Yahvéh quería recomenzar sólo con Moisés (Ex 32, 10), pero éste insiste en que Dios perdone a su pueblo “si no, bórrame del libro[4] que has escrito". Moisés manifiesta en esta situación de crisis su sentido corporativo: se hace eco del clamor del pueblo, renunciando a su privilegio. Tiene entrelazado fuertemente su propio destino con el del pueblo. Desde el horizonte del futuro del pueblo, Moisés enfoca su propia vida. Ama a su pueblo con el cual se identifica incondicionalmente. Moisés es un hombre orante que ruega e intercede por Israel. El y su pueblo forman una unidad inseparable, incluso ante el Señor, Moisés quiere  participar hasta sus ultimas consecuencias en el destino del pueblo al que Dios lo había puesto como su líder.

Sigue el texto diciendo:

33 Yahvéh respondió a Moisés: «Al que haya pecado contra mí, lo borraré yo de mi libro. 34 Ahora ve y conduce al pueblo adonde te he dicho. Mi ángel irá delante de ti, mas llegará un día en que los castigaré por su pecado.» 35 Y Yahvéh castigó al pueblo por lo que había hecho con el becerro fabricado por Aarón.

Dios es sensible, entrañable, benévolo. Le llegan nuestros problemas y le duelen nuestros sufrimientos. El Dios que se manifiesta a Moisés es el Dios de la historia, el Dios que acompaña y se ha hecho solidario con los hombres. No es un Dios frío y distante: es el Dios que actúa y que actuará. Dios perdona al Pueblo y restablece con el la alianza, pero mantiene su voluntad de castigar. Antes era Yahvéh el que estaba con el pueblo, ahora es un ángel, un mensajero, un ministro el que acompaña al Pueblo.[5] Dios debe precisar de nuevo las relaciones con el pueblo, que habían sido profundamente trastornadas.

En resumen, Moisés dialoga con Dios y escucha las duras quejas y acusaciones del Señor, pero acaba por medio de su oración de intercesión, consiguiendo el perdón: la justicia no excluye la misericordia. Dada su santidad y la situación de pecado en que andan, la presencia del Señor sería aniquiladora, por eso le promete la guía de un ángel.


2. EX 33, 7-17

Estos capítulos tratan de las instituciones mediadoras creadas por Yahvéh: el ángel de Yahvéh, la tienda y el tabernáculo. Son signo de la ira divina, pues la santidad de Yahvéh destruiría Israel. El mismo protege al pueblo contra el contacto aniquilador.[6] En el monte es donde parecen encontarse el cielo y la tierra, donde Moisés trata con el Señor. Yahvéh baja “en forma de nube”, es decir, envuelto en su misterio. Allí o en la Tienda del Encuentro Yahvéh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo.

El Señor, sin dejar de ser el invisible, establece con Moisés una comunicación profunda y una comunión de vida insospechadamente íntima.

El autor sagrado no encuentra palabras para conjugar esta experiencia real e intensa de Moisés, con el hecho de que Dios es «siempre más», más de lo que el hombre puede concebir, entender o experimentar.

Análisis del texto.

7 Moisés tomó la Tienda y [la] plantó a cierta distancia fuera del campamento; la llamó Tienda del Encuentro. El que tenía que consultar a Yahvé salía hacia la Tienda del Encuentro, fuera del campamento. 8 Cuando Moisés salía hacia la Tienda, todo el pueblo se levantaba y se quedaba de pie a la puerta de su tienda, siguiendo con la vista a Moisés hasta que entraba en la Tienda. 9 Al entrar Moisés en la tienda, bajaba la columna de nube y se detenía a la puerta de la Tienda, mientras Yahvé hablaba con Moisés.10 El pueblo, al ver la columna de nube a la puerta de la Tienda, se prosternaba junto a la puerta de su tienda. 11 Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo. Luego Moisés volvía al campamento, pero su ayudante, el joven Josué, hijo de Nun, no se apartaba del interior de la Tienda.

En primer lugar este texto no es una unidad. Según el v. 7 cualquier israelita puede visitar la tienda.[7] Sin embargo, según el v. 8 sólo Moisés la visita, mientras que el pueblo permanece en sus tiendas con profundo respeto. Según el v. 11b, un representante reside permanentemente en la tienda. Sin embargo, el v. 11a, presupone que el diálogo íntimo entre Dios y Moisés excluye la presencia de una tercera persona. Por último, el v.7 afirma que la tienda está fuera del campamento, en cambio, los vv. 8 y 10, suponen que la tienda está situada en medio del campamento.

La tradición Elohista ha introducido cambios en una tradición más antigua sobre la tienda, con el fin de demostrar que la teofanía de la tienda es una reproducción en miniatura de la revelación del Sinaí. Tanto la montaña como la tienda están fuera del campamento (V. 7; Ex 19,7). Está fuera del campamento, por que todavía está manchado por la ignominia del becerro. En ambos casos el pueblo permanece a distancia. En ambos casos una nube indica la presencia divina y se aprecia en ellos la asistencia de Josué a Moisés. En los dos momentos, Moisés aparece en una relación íntima con Dios.

La oración se expresa como una función entre lo divino y lo humano, cuyo encuentro entre Dios y Moisés es de una profundidad y cercanía total: habla con él como con un amigo, aunque no dice que lo vea. Estos versículos revelan nuevamente la conciencia de Moisés como mediador. Dios se manifiesta en forma de columna de nube. Esta señal elocuente, indica que Yahvéh está con Moisés. Por eso el pueblo, al ver bajar la columna de nube, se postraba rostro en tierra, al estilo oriental, pues se encontraba ante la presencia de Dios.

Continúa el relato del Éxodo diciendo:

12 Moisés dijo a Yahvé: <<Tú me has dicho: conduce a este pueblo', pero no me has indicado a quién enviarás conmigo; a pesar de que me has dicho: Te conozco por tu nombre, y también: Has obtenido mi favor. 13 Ahora, pues, si realmente he obtenido tu favor, enséñame tu camino y sabré que he obtenido tu favor; mira que esta gente es tu pueblo.>> 14 Yahvé respondió: <<Yo mismo iré contigo y te daré descanso.>> 15 Moisés contestó: <<Si no vienes tú mismo, no nos hagas partir de aquí. 16 Pues ¿en qué podrá conocerse que tu pueblo y yo hemos obtenido tu favor, sino en el hecho de que tú vas con nosotros? Así, tu pueblo y yo nos distinguiremos de todos los pueblos que hay sobre la tierra.>> 17 Yahvé respondió a Moisés: <<Haré también esto que me pides, pues has obtenido mi favor y yo te conozco por tu nombre.>>

Es un texto que muestra la posición de Moisés respecto de Yahvéh. Para Moisés un simple ángel no basta para guiar el pueblo. Apelando a su condición de amigo íntimo de Dios, Moisés intercede por su pueblo. Si la posición del jefe es auténtica, la conclusión divina debe asegurar el porvenir del pueblo. El v. 14 muestra que la petición tiene éxito, sin embargo, afecta sólo a Moisés. Moisés insiste, demostrando que la intimidad divina sólo es real si queda incluido el pueblo (vv 15-16).

En esta relación intimista con Yahvéh, es llamativo las veces en que Moisés se dirige al Señor con un “tú”, apelando a que Dios le considera su hombre de confianza. El Señor le ha ordenado conducir al pueblo hasta la tierra prometida. Esta oración de petición de Moisés, que no tiene para nada un carácter individualista, -lo hace en nombre del pueblo-, ruega al Señor que esté dispuesto a perdonar y olvidar, lo que se manifestará en la posterior asistencia divina. El Señor accede y les acompañará personalmente por el camino y les dará la paz y el bienestar que buscan. Esta oración obtiene sus frutos. Dios ha perdonado a su pueblo y quiere renovar las relaciones que han sido destruidas por el pecado. Moisés quiere que se haga evidente el don de la elección y que todos los pueblos se den cuenta de que el Señor, considera a Israel, especialmente suyo.

En resumen, esta oración de Moisés es un auténtico diálogo entre dos amigos. Gradualmente, Yahvéh ha ido revelando su voluntad y la actitud con Moisés y el pueblo, es ejemplo de su divina condescendencia para con los hombres.

Bibliografía básica

Ignace de la Potterie, La oración de Jesús, PPC, Madrid, 1999

William Farmer et al., Comentario bíblico internacional : comentario católico y ecuménico para el siglo XXI, Estella (Navarra); Verbo Divino, 1999

Juan Guillén Torralba et al., Comentario al Antiguo Testamento I, La Casa de la Biblia, Madrid, 1997

Enrique Sanz Giménez-Rico, Cercanía del Dios distante : imagen de Dios en el libro del Éxodo, UPCO, Madrid, 2002

Ambrogio Spreafico, El libro del Éxodo, Herder, Barcelona, 1995

Gerhard von Rad , Teología del Antiguo Testamento, Sígueme, 4ª ed., Salamanca, 1980


[1] El pecado consiste tambien aquí en una negativa a obedecer, que más profundamente, es negativa a confiar en Dios y a abandonarse a él, reconociéndolo como el único suficiente, como el único de quien el hombre recibe su existencia y a quien sólo debe servir (Dt 6,15). Aquí está la raíz del pecado en cuanto idolatría. Este tema volverá a ser recordado y destacado especialmente por los profetas.

[2] Cf. E. Sanz Gímenez-Rico, Cercanía del Dios distante, Comillas, Madrid, 2002, p.286

[3] Por así decir, se pone del lado de los que merecen ser castigados -cuya culpa no excusa ni justifica- haciéndose uno con ellos. Vemos ya aquí esbozada la actitud de Pablo: «Siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón, pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza...» (Rom 9,23). Más aún, anticipa la postura del mismo Cristo haciéndose uno de tantos, pasando por un pecador y un maldito (Gal 3,13), poniéndose del lado de los pecadores, pidiendo al Padre su perdón, dando la vida por ellos.

[4] El libro simbólicamente se refiere al Libro de la vida que aparece en el S. 68, 29. Borrar del libros es excluir del Reino, de su amistad y de su comunión con Dios (Cf. Rm 9,3). Schwantes, dice que : “El concepto de libro de Dios era conocido en el antiguo Oriente Próximo, y ocupaba su puesto habitual en la leva militar, donde la vida de los inscritos en el libro estaban llenas de peligro. En esta sección, Israel adapta esta tradición. Cuando se hacía un censo (Ex 30, 11-16), se llevaba a cabo un rito de expiación, y los nombres de los israelitas eran inscritos en tablas. Los así inscritos gozaban de los derechos de los miembros de la milicia de Dios, por ejemplo, la posesión de la tierra, el culto en el santuario. Cualquiera que fuera borrado de las tablas quedaba situado entre los muertos, esto es, se parado de al comunidad. “ M. Schwantes, Éxodo, En: Comentario Bíblico Internacional, Verbo Divino, Estella (Navarra), 1999, p. 405

[5] La ruptura tuvo como consecuencia que Yahvéh se niega a seguir guiando personalmente al pueblo. Yahvéh no abandona su plan salvífico, pero si él marchara con Israel, su proximidad lo destruiría. Cf. G. Von Rad, Teología del Antiguo testamento, Tomo I, Salamanca, 1972, p. 357

[6] Cf. G., Von rad, o. cit., p. 360

[7] Es probable que la tienda fuera un lugar primitivo para las reuniones religiosas y cultuales de Israel. Dios se comunica con Moisés antes de la construcción del tabernáculo.

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